Siembra a María en tu corazón y cosecharas a Jesús en tu vida

 

 

El ciego de Jerico...

 

Es necesario sabernos necesitados de Dios, reconocer que estamos ciegos. Jesucristo pasa por nuestra vida todos los días esperando que le llamemos, no fuerza el encuentro.

 

El ciego Bartimeo toca el corazón de Cristo porque es humilde, se reconoce necesitado y cree que Él lo puede hacer. Dejemos que Cristo actúe en nuestro sufrimiento, confiemos en Él.

 

Jesús, hoy Tú nuevamente pasas a mi lado, quieres curarme. Hoy me atrevo a gritarte: "Maestro, que vea". Déjame verte en mi vida diaria, en las dificultades y en las alegrías. Limpia mis ojos de todo rencor, del pecado; de todo aquello que me impide ver tu amor y amar a los demás. Dame la fe necesaria para reconocerte en el transcurso del día de hoy y en cada momento.

 

En el evangelio de este domingo (Mc 10, 46-52) leemos que, mientras el Señor pasa por las calles de Jericó, un ciego de nombre Bartimeo se dirige a él gritando con fuerte voz: "Hijo de David, ten compasión de mí". Esta oración toca el corazón de Cristo, que se detiene, lo manda llamar y lo cura. El momento decisivo fue el encuentro personal, directo, entre el Señor y aquel hombre que sufría. Se encuentran uno frente al otro: Dios, con su deseo de curar, y el hombre, con su deseo de ser curado. Dos libertades, dos voluntades convergentes: "¿Qué quieres que te haga?", le pregunta el Señor. "Que vea", responde el ciego. "Vete, tu fe te ha curado". Con estas palabras se realiza el milagro. Alegría de Dios, alegría del hombre. (Benedicto XVI. Ángelus, Domingo 29 de octubre de 2006)

 

 

 

 

 

 

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